martes, 22 de octubre de 2013

El ruido de fondo me adormece los sentidos. Desconcentra mis neuronas, redirecciona mis conclusiones, confunde lo que creo que asumí poniendo en duda todo lo que yo entiendo por certero. Poco me alegro cuando identifico que el ruido de fondo está en mi mente, está en mí. Desde mi nuca nubla mi coherencia, se enreda en mi cuello, me abraza y me aísla de mí. Se siente como una mezcla de incertidumbre y ansiedad. Todo el tiempo estoy tratando de ver por encima de tu hombro, pero no alcanzo, no llego y no sé qué hay más allá de vos para mí. También creo que si no estás, ese camino no tiene nada más para ofrecerme fuera de un atardecer cargado de asfalto. Pero ¿quién querría ver un atardecer en soledad? Enfrentarse al abrazo cálido de la despedida del sol.


Y si existieras así? Y si fueras quien admiro, quien espero, a quien predigo en cada movimiento. Quien sabe cómo, cuándo y porqué. Quien no tiene que preguntar porque siendo es mucho más, es mucho mejor. Y si en algún lado estuvieras preguntándote por mí. Y si no fueras culpa, si fueras carne. Si fueras espacio, locución y vida. Si fueras y estuvieras, yo vería y te aferraría a mí sin miedo al abismo de lo obscuro. Y si sos? Y si sos y estás y yo te veo y no me aferro por el miedo a lo obscuro del abismo? Buscar no es pecado y no hay quien pueda juzgarme. Quien me diga que vivo en herejía no ha sido lo valiente que soy yo.