El ruido de fondo me adormece los sentidos.
Desconcentra mis neuronas, redirecciona mis conclusiones, confunde lo que creo
que asumí poniendo en duda todo lo que yo entiendo por certero. Poco me alegro
cuando identifico que el ruido de fondo está en mi mente, está en mí. Desde mi
nuca nubla mi coherencia, se enreda en mi cuello, me abraza y me aísla de mí.
Se siente como una mezcla de incertidumbre y ansiedad. Todo el tiempo estoy
tratando de ver por encima de tu hombro, pero no alcanzo, no llego y no sé qué
hay más allá de vos para mí. También creo que si no estás, ese camino no tiene
nada más para ofrecerme fuera de un atardecer cargado de asfalto. Pero ¿quién
querría ver un atardecer en soledad? Enfrentarse al abrazo cálido de la
despedida del sol.
Y si existieras así? Y si fueras quien
admiro, quien espero, a quien predigo en cada movimiento. Quien sabe cómo, cuándo
y porqué. Quien no tiene que preguntar porque siendo es mucho más, es mucho
mejor. Y si en algún lado estuvieras preguntándote por mí. Y si no fueras culpa,
si fueras carne. Si fueras espacio, locución y vida. Si fueras y estuvieras, yo
vería y te aferraría a mí sin miedo al abismo de lo obscuro. Y si sos? Y si sos
y estás y yo te veo y no me aferro por el miedo a lo obscuro del abismo? Buscar
no es pecado y no hay quien pueda juzgarme. Quien me diga que vivo en herejía
no ha sido lo valiente que soy yo.