viernes, 28 de enero de 2011

Lirva

Porque hasta hace poco seguía inmortalizando lo que te escribía con eso que sabemos que fuí. Eso que (letra por letra) ya perdió lo infinito que nos unía.

Cualquiera podría malinterpretar mis palabras 

No sé qué hacer. Si culpar a los años o a la pobre actitud. 

Dirigírselas a un amor que nunca existió 

Y lo que hoy revive mi angustia, es la incertidumbre, la duda constante, la ansiedad de saber si nos separa la distancia, el olvido o el cariño.
(Estas palabras me recuerdan a otras, mías, en las que hablaba de vos en un presente constante) 

Pero vos y yo sabemos que es para vos. 
(Y lo digo así porque suena lindo, no porque sea así

Quiero creer que todo es pasajero, la tristeza esporádica y el dolor algo así como un rumor.

Para vos, que SIEMPRE me enseñaste a dar el primer paso ¿Qué carajo me importaba? Si toda la vida estuve segura de que caerme no significaba más que tenerte cerca para que me levantes. 

Lo único más desesperante que no saber quién sos, es el hecho de no poder encontrarte en ningún lado. 


domingo, 23 de enero de 2011






You were a child
crawlin' on your knees toward it 
Makin' mama so proud
but your voice was too loud 


We like to watch you laughing. 
You pick the insects off plants.
No time to think of consequences.

Control yourself.
Take only what you need from it.
A family of trees wantin', 
To be haunted. 

Control yourself.
Take only what you need from it. 
A family of trees wantin',
To be haunted. 

The water is warm, 
but it's sending me shivers. 
A baby is born,
crying out for attention. 
Memories fade,
like looking through a fogged mirror 
Decision to decisions are made and not bought 
But I thought, 
this wouldn't hurt a lot.
I guess not. 

Control yourself
Take only what you need from it 
A family of trees wantin
To be haunted

Control yourself
Take only what you need from it 
A family of trees wantin

To be haunted




domingo, 16 de enero de 2011


(Siempre tuvo: la frente muy alta, la lengua muy larga
y la falda muy corta) 

viernes, 14 de enero de 2011

Canción del Jardinero



Me di cuenta que no te había hecho los honores que te merecés. Gracias por mi infancia, María Elena.

lunes, 10 de enero de 2011

Casi


Todo lo invitaba a desconfiar. El aire en su piel lo resquebrajaba tallando un millón de dudas. El gusto a sal en su boca despertaba en él unos escalofríos desequilibrantes. Y ese olor a amapola, el eterno olor a amapola. ¿Cuánto más tendría que esperar? No quería abrir los ojos. Tenía miedo. Miedo de que al abrirlos lo que encontrara frente a ellos no fuera la pequeña habitación blanca de cortinas azules con vista al mar. Y que en lugar de los eternos mechones marrones que nacían de su cabeza y morían en la almohada blanca, se encontraran otros, desconocidos, impersonales, ajenos.
            16 eran los lunares que él había contado. 16 pequeñas manchas tenían el privilegio de adornar su cuerpo. ¿Y si cuando giraba encontraba 15 o 17? Entonces sabría que no era ella. No podía correr ese riesgo. El mar lloraba en su oído, y el ruido de la bisagra rota de la ventana era tan desesperante como él lo recordaba. No podía ser otro lugar, tenía que estar ahí. Bueno contaría hasta tres. El tres llegó y pasó, pero ningún par de ojos vio la luz. El pánico comenzó a presionar su pecho contra el blando colchón. La situación era insostenible, pero aún peor era imaginar el dolor que podría llegar a caer sobre él en el caso de no encontrar lo que quería, lo que necesitaba.
            Deseaba que ella se diera vuelta y acariciándole la cara le preguntase si quería desayunar, si quería que le trajese su plato de frutas y el café caliente. Así, podría reconocer su voz, así sabría que si esa voz se mimetizaba con el sonido del mar, entonces era ella y esa era la pequeña habitación blanca de cortinas azules que él necesitaba tanto.  
            Las horas pasaban, y su cuerpo estaba cada vez más entumecido, no quería mover ni un solo músculo. Temía despertar lo indeseable. Quería aguzar el oído y lograr escuchar a los bahianos que tamborileaban su paso por la plaza de la esquina, pero no lo logró. De todas maneras tampoco sabía qué hora era, tal vez era de madrugada, o tal vez era la tarde y en ambos casos los bahianos no iban a pasar.
            No lo soportó más. Había llegado el momento. Se aferró fuerte de las sábanas y se dispuso a abrir los ojos. Primero sus pestañas se separaron, y sus párpados dejaron entrar una ola de luz que achicó sus pupilas. El mar rebotaba contra la costa y frente a él se encontraba la ventana de cortinas azules. Estaba en la pequeña habitación blanca y el sol marcaba las sombras tal y como lo recordaba. Todo era exactamente como él había deseado que fuera. Su felicidad estaba a punto de desbordar su cuerpo cuando se dio vuelta para inhalar una vez más ese aroma a amapola que destilaba su cuerpo. Pero su mano palpó el vacío en un vago intento por encontrar algo en el lado izquierdo de la cama. Él giró para darse cuenta de que ella no estaba. 

sábado, 8 de enero de 2011

· Yo no quiero calor de invernadero;


· Yo no quiero besar tu cicatriz;

· Yo no quiero Madrid con aguacero;


· Ni Argentina sin tí.