sábado, 11 de mayo de 2013

Cola de paja


Te escucho llorar detrás de la puerta, me pedís que te abra, me rogás que no te ignore, que siga teniendo en cuenta que vos estás ahí, como siempre estuviste, y como siempre vas a estar si yo no me ocupo de que sigas vivo. Cuando tomé partido lo hice por mí, aunque esta vez yo no sea la responsable de que nos separe lo concreto una vez más, no podría negar que muchas veces te quise del otro lado, esas madrugadas cuando despertabas mis sentidos antes que mi humanidad. Te acallé con mi lado más cruel, silencié tu presencia una vez más, y lo hice hasta que me dio miedo. Me dio miedo que nadie más te pudiera salvar, mientras yo creía que vos me llamabas sólo a mí. Me dio miedo que te olvidaras que yo te puedo salvar. Siempre. Aunque no me lo pidas, porque te quiero tanto que necesito creerme que me necesitás. Acaricio el picaporte y escucho tu ansiedad, me contestás aunque yo no te hable, sabés que mientras nos separe lo concreto, así nos va a unir también. Me sacás energía. Envuelvo la soga con mis dos manos, tiro firme, porque lo decidí, por los dos, y mientras los eslabones se van despegando te busco en la oscuridad. Me ves, y en ese microsegundo todo deja de ser expectativa. Entramos en el letargo más agridulce. Te miro y me doy a la miserable tarea de esperarte, pero vos una vez más me demostrás que siempre me voy a morir un poco en el acto de quererte. Te limpiás, te acomodás, me conformás rozandome las piernas y te vas por la misma puerta que siempre supiste que estuvo abierta. Y ahora de nuevo me mirás desde las alturas, enorme, impoluto ... y yo que no me animo a bajarte.

Qué garrón hoy llovió y me olvidé al gato afuera, ahora no lo puedo bajar del mueble puto al que se subió.


sábado, 4 de mayo de 2013

mi oso verde

Te pregunté porqué nos equivocamos tanto y me contestaste que somos la parte más pequeña de un reloj infinito, que somos seis segundos dentro del todo que no podemos comprender, y que entonces equivocarnos es tan insignificante que ni siquiera me lo podría  imaginar. Y fue con esa paciencia, la eterna, la que solo tenés conmigo, la que me gané el día que apareció el primer desvarío, con esa paciencia me hablaste de lo que nos supera, de lo que nos excede, de la realidad que nos pasa por encima, de cómo para ser es menester primero entender. Me hablaste de que siempre hacemos para mañana, y que como diría el Flaco, mañana es mejor. De porqué algunos tratamos y otros simplemente se acomodan, y compartiste conmigo las veredas que pasaban lavándonos la cara. Como hicimos, como hacemos. Y como siempre me agarraste la mano, y como siempre al otro día me hiciste un café con leche.